Descanso en la huida a Egipto o La Virgen Lavandera 1720





Melchor Pérez de Holguín (c. 1660-1732)
Barroco Boliviano
Siglo XVIII
Óleo sobre tela
184 x 120 cm. 
Museo Nacional de Arte de la Paz, Bolivia.

Melchor Pérez de Holguín nace en Cochabamba durante el virreinato del Perú (actual Bolivia) en 1660 aproximadamente, pasa la mayor parte de su vida en la Villa Imperial de Potosí.
Durante su vida realiza encargos de temática religiosa para las ordenes franciscana y dominicana. Sus obras más conocidas son El Juicio Final de 1706 y la Entrada del Virrey Arzobispo Morcillo en Potosí  de 1718. Es considerado el máximo representante de la pintura colonial boliviana. En la obra de Melchor Pérez de Holguín se pueden distinguir tres periodos. Al primero corresponden los cuadros realizadas para conventos de la orden franciscana, como el San Pedro de Alcántara que se conserva en La Paz (Bolivia); son lienzos que responden a la idea de austeridad místico franciscano se caracteriza por tonos grises y temas inmutables: asambleas y ascetas. En un segundo periodo se dedicó, fundamentalmente, a las grandes composiciones, casi murales, de entre las cuales destacan las citadas El triunfo de la Iglesia (1706, Potosí) y El juicio final (1708, Potosí). Hacia 1708 su pantón se ilumina con las grandes composiciones de San Lorenzo . La serie de La Merced , en Sucre, pertenece a este período. A partir de 1714, sus pinturas se hacen más delicadas, sus personajes más redondeados. De esta época datan sus diferentes series de evangelistas, las Santas Familias rodeadas de paisajes idílicos, obras en las que se observa la influencia flamenca.
En los últimos años de su vida realizó composiciones que, al contrario que aquellas místicas franciscanas, sorprenden por su gran luminosidad, como Descanso en la huida a Egipto (Museo Nacional de La Paz), y La Sagrada Familia con los santos Juanes (Potosí). A estas obras deben añadirse el grupo de cuadros que presentan medias figuras de evangelistas y la última serie que firmó, la de los evangelistas del palacio de La Moneda (1724). De su labor como arquitecto destaca el trazado de los planos de la iglesia de San Lorenzo de Potosí.

Su obra se destaca por la fusión del arte español religioso más la impronta de su huella de arte barroca.
El realismo barroco llegó a Bolivia a mediados del siglo XVII a través de cuadros de maestros españoles, como Francisco Pacheco, y esto cambió la escuela de Potosí ya que encontró un perfecto modelo a seguir. Aunque se desconoce quien pudo haber sido el maestro de Melchor, se especula la influencia de Francisco de Herrera y Velarde.

En la obra de Melchor Pérez de Holguín podemos notar el gran asemejo que tiene con las obras de artistas españoles como Bartolomé Esteban Murillo y Francisco de Zurbarán, coetáneo a Diego Velásquez.  También no se puede dejar de hablar de las generaciones antes del artista que comenzaron con la introducción de estas formas barrocas y religiosas europeas mezclándolas con el paisaje y entorno social de esa época colonial, entonces asumimos que a pesar de que Melchor se mantenía al borde de la herejía, con sus paganismos, mantenía una línea que se había instaurado mucho antes de que empezara a pintar y que sin embargo él pudo dar una vista más cercana con la realidad de ese momento.

Podemos visualizar en el tema bíblico de la huida de Egipto de la sagrada familia hacia Jerusalén, el nombre de la obra tiene dos posibles títulos de los que podemos deducir que el “descanso” se atribuye a un asentamiento de improvisto a las orillas de un río que podríamos pensar que puede ser el el río de San Pedro en Potosí, desembocadura del río Grande, y por esto el paisaje se asemejaría más a una escena de la Amazonía que a un paisaje desértico de las afueras de Egipto.

En pintura se entremezclada la visión pagana de los personajes más la fantasía que genera la aparición de los querubines que acompañan y ayudan a la pareja, se puede apreciar uno secando la ropa con San José, otro vaciando un cántaro, el cual es idéntico al tipo de cántaro que se usaba en estas localidades de Bolivia, y el tercero que pide silencio para que el niño Jesús no se despierte.

También podemos ver en su obra cómo sus conocimientos sobre los relatos bíblicos se van amalgamando con la visión de la vida de ese tiempo, que se traduce en la transformación del paisaje que muestra en el fondo de la pintura, esta transformación coincide con la copia de la forma del modelo flamenco de paisajes  y junto con las vestimentas de los personajes otro alcance en las costumbres de esa época relacionado a las vestimentas de las cholas y sus sobreros de ala grande, las mantillas bordadas y las bufandas con flecos, que se pueden distinguir en la Virgen María, asemejada a las vestimentas de las regiones de Oruro y La Paz. Esta transformación se debe a que el presente de esa época comienza a cobrar más importancia y por coincidencia los personajes son adaptados a ese entorno y a ese contexto histórico y cultural. Un entorno de naturaleza exuberante que identifica la fauna y flora de las latitudes altiplánicas, así como las ropas de José y María son una viva imagen de lo que se llevaba en esos tiempos en la ciudad de Potosí. Esta forma de adaptar lo que fue un hecho en la historia hebrea y judeo-cristiana es llevado a la cultura mestiza de forma que pueda ser relacionado directamente con el contexto de la época y así este encargo no sólo cumple una finalidad religiosa sino que también es un arte representativo que describe, explica y enseña.

“El arte concurrió, desde su perspectiva, a facilitar la evangelización de la población autóctona. Tanto la imagen como la tela pintada sirvieron de medios para la enseñanza de la doctrina, facilitando el conocimiento y la comprensión de verdades trascendentes que, para una mentalidad aún no habituada a la
reflexión conceptual, le permitía familiarizarse con el acontecimiento bíblico, el santoral cristiano, el misterio del dogma o la simbología de la liturgia”.

Cabe mencionar que para esa época la  totalidad de los utensilios y materiales empleados para crear arte eran todos traídos desde Europa, con el paso del tiempo se fue trabajando con elementos autóctonos como la tierra, y lana o yute para la confección de telas reemplazando las de hilo.

“Las escuelas coloniales enseñaron a sus alumnos las técnicas básicas en la preparación del color a partir de sus elementos fundamentales: los pigmentos, el aglutinante y el diluyente. Como aglutinante se utilizó la clara de huevo y como diluyente el vino añejo. En el siglo XVIII, el aglutinante a base de clara de huevo fue reemplazado por aceites. La tela se preparaba embadurnándola con agua mezclada con cola animal y, sobre esta base, se colocaba una capa de tiza o creta mezclada con cola (más tarde ser. cal y cola), quedando en condiciones para la aplicación de la capa pictórica propiamente tal”.



1 
Gaspar Galaz y Milan Ivelic, 2da Edición. Pág 22. La Pintura en Chile, desde la colonia hasta 1981. (Santiago: Ediciones Universitarias de Valparaíso, PUCV. 2009). http://www.euv.cl/archivos_pdf/lapintura.pdf
2 
Gaspar Galaz y Milan Ivelic, 2da Edición. Pág 23. La Pintura en Chile, desde la colonia hasta 1981. (Santiago: Ediciones Universitarias de Valparaíso, PUCV. 2009). http://www.euv.cl/archivos_pdf/lapintura.pdf


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